CUENTO
Por: Tino Manuel
Horas interminables, sueños y muerte comparten un
mismo espacio en la bruma, al amanecer o en la noche;
entre ideas o realidades. Historias de fuego bajo el
pecho o torbellino en el cerebro. Prohibido espacio,
confusión, cuyo laberíntico final parece que jamás
será encontrado. “El bien vence al mal”, se supone;
sin embargo, este concepto está agazapado en su
antítesis para burlarse del ser humano.
Anónimo
Una pesadilla. El aire rasgaba la piel y Abraham seguía en el mismo sitio, sin moverse, como si estuviera muerto. Medio metro de ancho, se dijo, poco menos de profundidad. El hoyo infernal se lo quería tragar; sin embargo, estaba vivo, inexorablemente vivo. Muerto todo sería mas fácil, pero la sangre aun bullía caliente, o fría, daba igual. El tiempo se había detenido, no avanzaba. Las manecillas del reloj pulsera solo eran un dibujo. Desesperaba el silencio. Agotaba el fijo espejismo de la vida.
Mientras hubo luz solar, el paisaje desértico disipaba en algo las nostalgias de soldado. La noche daba su toque frío. Intentó moverse. No pudo, estaba entumecido. Las botas de reglamento chirriaron. El uniforme crujió. Se ampolló el recuerdo: ¡cuan cálido es el regazo de una mujer! -suspiró.
Dos ráfagas lumínicas de disparos recorrieron una línea imaginaria, y real, en su frente. Se abrieron los puntos rojos hacia la derecha. Nadie gritó, ni un susurro se escuchó en aquella trinchera, tan hueco como la de Abraham y tan ocupada por un ser viviente como él. El silencio acaparó el ambiente, como si no hubiera alguien en ese pozo de tirador. La noche siguió siendo noche. La pesadilla continuó su curso.
Los arenales allí eran distintos, un aposento de ralos arbustos: hojas rojizas, calor enervante, rosetas de sudor bajo las axilas, en la camisa de tela cruda, y un congelado resuello al anochecer, confundido entre la temperatura y el inseparable miedo. Era fácil desaparecer en un país perdido, con nombre tan poco significativo, cuya traducción ninguno en el pelotón había descifrado aun. El hueco era su patria chica, con los desmoronamientos desde los bordes y la posibilidad de que una granada le chamuscara la cara para siempre.
El mudo augurio del fusil cargado y descorrido su cerrojo tenía siempre que ver con la muerte. Era la protagonista de cada día. La arenilla volvió a caer sobre su cuerpo. Se movió. La pierna derecha estaba adormecida; como si le clavaran mil astillas o agujas en la piel. Se quedó inmóvil en la nueva posición, la incomodidad pasaba. Al principio su arte castrense era precisamente la espera. Esas emboscadas que parecían interminables y concluían en amaneceres apacibles cargados de esperanzas; de la esperanza de retornar sano y salvo a casa y darle un fuerte abrazo a María, aquella mujercita de olores excitantes y pechos en punta, como los misiles de su división, siempre enfilados contra el enemigo por llegar. En ese caso era un rival perenne para ella, aterido al culto falócrata, incapaz de mirarla de frente en los primeros tiempos y luego sonrojado por sus sonrisas y el remeneo de esas caderas que tanto daban que hacer a la polución nocturna de Abraham.
Cambió de mano el fusil. No se atrevió a mirar la esfera lumínica del reloj. Prefería guiarse por la luz solar. El amanecer le anunciaría el final de la espera. Se sentía viejo. La calistenia y el entrenamiento especial de nada le servían en momentos como esos. “Mierda de vida” –pensó. “Mejor,.. vida de perro” –repitió para sí. Como si los perros fueran la última carta de la baraja. “Que bien me vendría un licor ahora… Espiritualidad barata, alabanza,.. cantar de gesta… opereta inconclusa. Un cántico de la zarzuela “La Verbena de la Paloma”. Españolada… ¡Al carajo! . La vida es así”. Se encolerizó por dentro, nada de música, nada de mujeres, poca comida, escasez de agua. El desierto, solo el desierto se cernió. Miró al frente. Era como tener los ojos cerrados y comenzar a soñar: “siluetas, estertores de renacuajos, bichos, o pájaros lejanos”. Paisaje inerme y convulso a la vez. ¡Bah!,.. eso se parece a la poesía y aquí no existe”.
Su María pertenecía realmente a un paisaje marino. Otra dimensión de los sentidos, cuando la calle de pueblito se repleta de salitre y los pescadores tratan de vender su carga, mientras los días son buenos. Ella, toda una sirena para soldado, jamás pensó tener amores con alguien tan estricto, tan apegado a las ordenanzas.
Su María, hecha de arena pegada a los poros, mientras ambos retozaban en la playa, lejos de las miradas de todos, aunque realmente a ambos les importaba poco publicar sus excitaciones.
María, una vela blanca en el horizonte. Una musa para sus esperanzas, para el terreno inexplorado de las sensaciones; algo así como un espacio lejano pegado a un muerto-vivo. Nada más que eso.
Los ojos se les entrecerraron. Se adormeció. Era una sensación rara; estaba despierto y a la vez dormido. Tenía de nuevo a María frente a él, desnuda, con el pelo alborotado y los labios muy rojos. La curvatura de los muslos se perfilaba entre las sombras del cuarto. Hizo un ademán, se le insinuó, caminó hacia él, dio otros dos pasos al frente, colocando la mano derecha en posición amenazadora, apuntándole con su dedo índice y luego con los restantes hacia las penurias, hacia su única virtud reconocida. Inclinando su deseo, apuntándole,.. sonrió.
Otra ráfaga primero y un silbido después. Una granada de mortero estaba en el aire. Repiqueteo confundido. Despertó por completo. La primera explosión estremeció el suelo. Se escucharon motores. No se veía algo, pero sus compañeros respondieron al fuego. El resoplido de un cohete antitanque iluminó la noche. De la derecha surgieron llamas, un fogonazo inaudito. La mira infrarroja seguro ayudó a desentrañar ese “algo” oculto entre las sombras y que el ojo humano es incapaz de captar. El proyectil se impactó en un cuerpo duro a unos 100 metros a la mediaderecha de él. Todo en segundos. Se acomodó el fusil al hombro, cerró su ojo izquierdo y buscó los puntos fosforescentes colocados en el alza y la mira del fusil, paneó el arma en su frente desde la derecha hacia el costado contrario. Gritos, balacera. Oprimió el disparador sin saber realmente a quien agredía. Ráfagas cortas, como de cinco cartuchos. El fusil se estremeció, el también. Sin saber como, el ambiente se tornó belicoso. De todos lados se disparaba. Dos cañones hicieron lo suyo desde atrás. “El infierno”, se dijo. “ ¡La mierda! –repitió. No tenía mucho tiempo para meditar.
De repente, lo que rápido comenzó, rápido terminó. Hubo un silencio sobrecogedor. Cambió el depósito de proyectiles en su arma con un gesto brusco, pero sin dejar de mirar al frente. A lo lejos empezaba a clarear. “¿En qué pensaba?” –se preguntó. “ ¡Ah!... en María… ¿y si me hubiera alcanzado una bala?. ¿Estaría muerto? .¿herido?. Lo segundo no hubiera sido del todo malo. Habría salido de aquí… no… ¿Quién sabe donde me hubieran dado ?. ¿Y los meses de campaña?. ¿Y la gloria?, esa ave pasajera y traicionera; ¿y el silencio, el cansancio, el hastío?... Cuántas preguntas restaban… ¿Y el heroísmo, la fuerza de voluntad, el honor?... el Honor.”
Una bruma le cubrió de hecho y de efecto. La mente quedó en blanco. Dejó de pensar como si la caja de resonancia de los sueños hubiera perdido su armonía para siempre. Una fina niebla por toda respuesta. Espuma gris-blanca. El desierto como un mar, como el mar de María. Esos eran los buenos días, el desayuno.
Cuando todo estaba iluminado, el derredor le regaló una pesadez particular, enorme, le abarcó los parpados. El día se aproximaba, gris en sus primeras horas. Sabía que eso solo era el principio, una media hora a los sumo. Frío nocturno sustituido por calor sofocante. Desde su posición observaba el terreno en abanico, unos mil o dos mil metros en su frente, imagen nítida, clara. En la trinchera derecha alguien se movió. Las siluetas de los arbustos ralos comenzaron a dejar de ser fantasmagóricas. Apenas podía moverse, sentía un cosquilleo en el cuerpo. ¿Estaba vivo o muerto?. Que importa, la guerra es guerra y los hombres en su pequeña individualidad carecen de sentido propio, poco menos que hormigas, simples bichos. Da igual. Alrededor del hueco la arenilla se movió. El Honor y la Gloria se fueron tras unos arbustos a hacer el amor, pensó. A él solo le dejaron los restos de ese contacto, la basura. Su cuerpo apestaba a pelea. Amanecía.
La Habana, Lunes 9 de Septiembre de 2001